La Revolución Bolivariana ante los límites del derecho liberal. El chavismo como problema ideológico.

El Laberinto de las Letras
26 min readNov 29, 2020

Introducción

Luego de la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, los círculos intelectuales de la izquierda mundial entraron en un grave ciclo de estancamiento y capitulación teórica. Los revolucionarios de ayer, en un desesperado intento por mantenerse en la cresta de la ola que vaticinaba en fin de la historia, buscaron una descarada renovación conceptual y se dotaron de nuevas “herramientas críticas” para enfrentar este escenario. Lo que a la larga los terminó poniendo como vagón de cola del Consenso de Washington y la doctrina neoliberal, esgrimiendo sus esperanzas no en una transformación real de la estructura de dominación del capital, sino en el inocente y poco dañino discurso del capitalismo con rostro humano. En este contexto, todo el andamiaje conceptual desarrollado durante dos siglos de arduas luchas de clases, fue enviado al museo de las figuraciones epistemológicas en pos de un nuevo bienestar acorde a los intereses del equipo vencedor: la democracia liberal y sus “innegables y efectivos” métodos de administración del poder político y económico.

Ante esta “catástrofe”, en Latinoamérica se levantan nuevas esperanzas de libertad e igualdad para los explotados. La aparición de Hugo Chávez en el escenario mundial fue un nuevo impulso a la historia y las luchas emancipatorias. Si bien, su gobierno no se declaró socialista en un principio, sino que estaba enfocado en una nueva distribución de la riqueza y administración del rentismo con fines de desarrollo endógeno, e incluso la misma Constitución De La República Bolivariana de Venezuela dista mucho de ser socialista. Fue producto de la dinámica de la lucha de clases, de la resistencia de la oligarquía histórica y su lumpenaje empresarial, lo que fue empujando el proceso a buscar una alternativa real que tuviera la capacidad de cambiar la estructura del Estado y la sociedad en su conjunto. Ya en el 2005 Chávez sentenció: “El capitalismo no se va a trascender por dentro del mismo capitalismo, ¡No! Al capitalismo hay que trascenderlo por la vía del socialismo”.

Hoy, a 15 años de esta sentencia ¿Qué es lo que ha pasado con el proceso de profundización del socialismo? ¿Nos hemos quedado estancados en el dialogo de la transición, sin crear las formas reales para vencer al capitalismo evitando la confrontación? ¿O simplemente, está inscrito en el ADN del proyecto chavista la incapacidad de superar la contradicción histórica entre trabajo y capital?

Hay una relación directa entre el fracaso del chavismo como horizonte político en la construcción del Socialismo del Siglo XXI, y la historia de Latinoamérica en sus procesos emancipatorios. Esta es, en esencia, la incapacidad de crear una nueva teoría jurídica de la revolución, lo que la mantiene atada a las normas, procedimientos y fines del derecho liberal haciendo de este, ante los ojos del reformismo, la única manera de organizar la sociedad posible. Y mientras desde el discurso oficial nos encantamos con la idea de la Comuna, el Poder Popular y el progresismo latinoamericano, en la práctica, los viejos métodos de la política siguen vigentes y con la muerte física del comandante Chávez, han vuelto a aparecer con más fuerza que nunca anidándose en el burocratismo, el caudillismo y la corrupción estructural que atraviesa de forma transversal desde los altos mandos de gobierno hasta a los pequeños dirigentes de base. Existe en el reformismo, una tendencia que se niega a ser superada, y que, a pesar de los tristes fracasos del siglo XX, durante el siglo XXI la nueva ola progresista ha mantenido el apego casi teocrático al derecho liberal y todo su andamiaje cultural y valórico, además de las mismas relaciones de poder entre estructura y superestructura, o sea, entre gobernantes y gobernados.

El Fracaso Histórico del Reformismo en Latinoamérica

Para entender estos profundos cuestionamientos, debemos indagar en la experiencia histórica del reformismo en Latinoamérica durante el siglo XX y la nueva oleada de principios del siglo XXI como también, los elementos principales de su fracaso.

En Nuestra América, durante la segunda mitad del siglo XX existieron diversos intentos de construir un mundo nuevo, que, debido en gran parte a sus propias contradicciones, fueron catastróficamente destruidos por una alianza entre EEUU y las burguesías locales, dejando al descubierto la esencia de la lucha de clases entre otros aspectos que vale la pena destacar:

• Los proyectos reformistas fueron incapaces de construir el socialismo como propuesta real, ya que quedaron entrampados en la legalidad burguesa y sus mecanismos constitucionales creados específicamente para limitar el acceso al poder de las clases populares. Y esas mismas leyes que tanto respetaron los gobiernos de “izquierda” para evitar desatar la furia de las clases poseedoras, fueron salvajemente violadas por las burguesías con el fin de mantener sus privilegios y borrar de cuajo el “cáncer marxista” de nuestro continente.

• Estos gobiernos difícilmente se plantearon construir el socialismo, más bien sus programas estaban enfocados a la redistribución de la riqueza, a desarrollar la revolución democrática-liberal, las reformas agrarias pendientes desde el siglo XIX en nuestro continente y como mucho, construir un Estado de Bienestar en base a la nacionalización de los recursos naturales y empresas estratégicas, con el fin de afianzar una especie de Capitalismo de Estado para potenciar con esas rentas diversos programas sociales y un aumento salarial acorde a la reproducción social de la fuerza de trabajo, manteniendo casi intacta la relación trabajo-capital existente.

• Durante la arremetida de la burguesía (boicot de la producción, inflación inducida, paros patronales, desabastecimiento y actos terroristas), los gobiernos, en vez de profundizar sus bases de Poder Popular, intentaron salir a flote de las crisis con concesiones a las clases pudientes, desarmaron al proletariado, devolvieron fábricas y tierras ocupadas por las organizaciones de base, se apoyaron en la legalidad burguesa en vez de ir construyendo los elementos jurídicos necesarios para dar sustento a las nuevas fuerzas productivas en desarrollo. Razón por la que fueron perdiendo apoyo popular. Esta situación mostró el verdadero carácter de clase del Estado en su estructura y el burocratismo imperante de los partidos conciliadores.

• Durante este periodo, los gobiernos de turno, se mostraron incapaces de crear las condiciones necesarias para delegar el poder institucional en las organizaciones de base. Por otro lado, las bases, demasiado apegadas al discurso reformista de sus gobiernos y su lealtad, no pudieron romper con la institucionalidad y fueron perdiendo terreno en el manejo de la maquinaria estatal, terreno que ganó la burguesía desmovilizando los elementos del Poder Popular nacientes.

• La propuesta celapiana de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), no fue capaz de realizar el desarrollo económico esperado debido a la nula capacidad competitiva de nuestros modos de producción, manteniendo una economía dependiente de importaciones que se ve profundamente afectada con cualquier tipo de bloqueo económico o aumento de precios de los productos de importación. Por otro lado, la existencia histórica de burguesías lumpenizadas incapaces de impulsar el desarrollo industrial endógeno crearon “economías de puerto” basadas sólo en la mono exportación de materias primas sin valor agregado, lo que fue el talón de Aquiles de nuestros proyectos, demasiado ligadas a la variación constante de precios en la economía mundial. Estas falencias históricas, fueron incapaces de ser superadas

• La mala lectura de la dinámica que conlleva la lucha de clases, hizo que estos gobiernos mantuvieran plena confianza en las instituciones militares, las que no fueron modificadas en su esencia, y mantuvieron dentro de sus filas a altos oficiales con un marcado sentimiento anticomunista, entrenados muchas veces por EEUU en la Escuela de las Américas, quienes después se convirtieron en los principales golpistas y represores de las organizaciones revolucionarias. “Una revolución que no se hace por las armas, tarde o temprano deberá defenderse con las armas”.

• Si bien, muchos estudiosos del tema se han enfocado en buscar chivos expiatorios para sacarse las culpas del frustrado intento reformista, considero que uno de los factores principales de este fracaso histórico fue de carácter teórico. Ya que los principales partidos y organizaciones que impulsaron esta era de cambios no fueron capaces de alcanzar consensos respecto a factores fundamentales como el rol de la violencia en la lucha de clases, el papel del Estado, el poder dual, el protagonismo de las expropiaciones, control de la producción y distribución, etc., que son elementos fundamentales en todo proceso de construcción del socialismo y de resistencia a la agresión reaccionaria.

Estos puntos, son fundamentales para entender el fracaso del reformismo en Latinoamérica y cómo esta constante desmovilización de las fuerzas populares fue abriendo paso al fortalecimiento de la burguesía, lo que conllevó al triunfo del fascismo como respuesta lógica de la dinámica de la lucha de clases. En una revolución se triunfa o se muere en el intento, por lo que hacer revoluciones a medias es cavar la tumba del movimiento social y destruir por décadas la iniciativa popular y su acumulación histórica.

Estos problemas fundamentales del reformismo, son también el tumor que consume a la Revolución Bolivariana. En estos últimos años va en un profundo retroceso, producto no sólo del bloqueo criminal sino por su propia dinámica interna, además del actuar pusilánime de las organizaciones que están tanto dentro como fuera del gobierno. En el proceso venezolano es posible evidenciar una serie de elementos de los fracasos progresistas del siglo pasado entre ellos la incapacidad de profundizar la revolución, y ahí donde hay indecisión de avanzar, es donde se cuelan los elementos reaccionarios, se fortalecen las hienas del fascismo y la desesperanza entre los explotados de siempre.

El chavismo en el atolladero del rentismo liberal

La sociedad venezolana y por ende su economía, ha estado desde hace más de un siglo marcada fatalmente por su dependencia rentista, lo que ha reducido la discusión política netamente al manejo y administración de sus ganancias en vez de propuestas reales de desarrollo económico endógeno. Existieron también episodios de diversificación de la producción y creación de importantes empresas privadas y estatales durante la dictadura de Pérez Jiménez y la IV República, pero siempre ligadas a la renta petrolera que, como un minotauro, yacía bajo la tierra. Desde los años 30 Uslar Pietri acuñó el concepto de sembrar el petróleo, como una forma de administrar sus ganancias de forma que sirviera para un verdadero desarrollo económico del país y así escapar de la dependencia rentista, pero producto de la falta de visión política, la mediocridad de la clase gobernante y obviamente, sus intereses, es que este proyecto nunca se llevó a cabo en su totalidad.

Durante la primera década del gobierno de Hugo Chávez, se vio un aumento considerable del ingreso de la renta petrolera debido al precio del mercado internacional, lo que permitió generar una suerte de Estado de Bienestar impulsando las llamadas “Misiones”[1]. Estos importantes proyectos de distribución de la riqueza fueron capaces de generar un amplio apoyo al gobierno y el proceso al socialismo fue ganando terreno entre la sociedad, sobre todo entre las clases populares que fueron los beneficiados directos de la bonanza económica.

En estos últimos años la crisis que ha presentado el rentismo petrolero, pudo haber sido una oportunidad histórica para su superación en términos materiales y subjetivos, pero una mala política de gobierno ha obligado a ir modificando el patrón rentista petróleo, por el oro. Y el arco minero del Orinoco se ha convertido en un potencial conflicto en Venezuela. Desde la mirada ambiental, estamos ante una profunda devastación de la flora y fauna de la zona minera; en lo social, un atropello enorme a las comunidades indígenas desalojadas que habitaban el territorio; en lo político, una total clausura de los derechos constitucionales al convertir el sector en una Zona Estratégica Nacional bajo control militar; y, por último, desde lo energético, gran parte de la electricidad que consumimos, alrededor del 75%, proviene de las aguas de esa gran reserva, que prontamente podría verse amenazada por las prácticas de las corporaciones internacionales que operan ahí.

El problema del rentismo en Venezuela, es tema de una acalorada discusión entre gobierno, oposición y los movimientos sociales, y en lo que sí están todas de acuerdo, o en parte, es que no hay un planteamiento serio para salir de este atolladero y los que existen se presentan como una solución local y aislada incapaz de reproducirse a nivel general.

A la crisis del rentismo debemos sumarle también la grave catástrofe inflacionaria por la que atraviesa el país. No es netamente producto del bloqueo imperialista ni de los miles de dólares inyectados al trabajo conspirativo de la oposición como plantea desde el oficialismo, en gran parte, se debe a una mala política monetaria, el colapso del modelo de regulaciones al capitalismo rentista, la caída de los ingresos petroleros, la fuga descontrolada de divisas y el desproporcionado aumento de la liquidez monetaria, por lo que se ha hecho imposible garantizar una vida digna ni satisfacer las necesidades básicas de la población. Las regalías en las que viven los dueños del capital han sido tocadas con guante de seda y mientras la dolarización de la economía sigue ganando cada espacio de la cotidianidad, los salarios aún se pagan en bolívares sin un aumento acorde a la canasta básica, lo que ha hecho imposible la supervivencia de los trabajadores y un lucrativo negocio para los dueños de empresas que cobran sus productos en precio dolarizado, pero el trabajo lo pagan acorde a la devaluación del bolívar.

A estas alturas cuesta identificar qué tipo de Estado es el que controla el gobierno. Por un lado, las consignas nos invitan a leer un profundo pero problemático desarrollo del socialismo, el fortalecimiento del poder popular y toda la simbología de un gobierno de transición. Pero por otro, los porfiados hechos nos muestran un panorama desolador. Las reformas a la carga impositiva empresarial, interna como externa, hacen que en esta crisis sean los pobres los más afectados, ante el anclaje de una nueva “boliburguesía” que controla los mercados de importación, la producción y distribución de mercancías e incluso los mecanismos electorales del manoseado Poder Popular.

La Teoría del Estado en la Revolución Bolivariana

“Toda revolución se presenta, en primera instancia, como una lucha de poderes en torno al Estado”, nos decía Lenin y es deber de todo militante entender su naturaleza, sentido y alcance histórico. No es lugar para este escrito indagar en los pormenores del origen, desarrollo y funciones del Estado hasta la sociedad moderna, sino enfocarnos en la noción de Estado en la era de la transición al socialismo con el fin de desenfundar una serie de mitos que rodean al proceso bolivariano.

En la actualidad existe una grave confusión entre las izquierdas respecto al rol del Estado en los gobiernos progresistas y los límites de su poder. Mientras la derecha liberal plantea debilitar el Estado (excepto en tiempos de crisis), la izquierda hace un histérico llamado a fortalecer su presencia en variadas esferas de la vida social. Lamentablemente, en esta discusión es donde se ha quedado históricamente entrampada la izquierda y las razones para no escapar de su atolladero intelectual han sido de índole militar, desarrollo económico o la manoseada agresión imperial. Por lo que el Estado sigue siendo el gran Dios intocable de la izquierda que se debate esquizofrénicamente ente el Estado de bienestar o Capitalismo de Estado, sin entender que la mayor o menor presencia de este enorme aparato es una pugna histórica entre conservadores y liberales que debería estar fuera de nuestra discusión. Acá lo que debería ser el seno de nuestros debates es la articulación de la sociedad civil como elemento orgánico constitutivo y temporal del Estado para que, con su empuje, al ir recuperando cada vez más espacios de la vida social, apostar a su paulatina disolución. En el caso de Venezuela, esta “disolución” se corona en ese oxímoron cuyos intelectuales han llamado creativamente Estado-Comunal. Un concepto que podría llevarnos una vida entera desentrañar debido a las contradicciones internas en su caracterización y peor aún, en su aplicación práctica. La construcción de la comuna, en principio debería ser el elemento constitutivo del poder dual, necesario e innegable en todo proceso de cambio histórico revolucionario, del que hablaremos más abajo.

Desde otras perspectivas, y si somos esperanzados, el ideal bolivariano no ha sido capaz de salir del Estado de Bienestar de corte keynesiano, procedimiento que con la agudización de la crisis se ha ido deteriorando abriendo paso a un proceso lento pero sostenido de privatización de los derechos básicos (garantizados en la Constitución Política), que no ha sido asumida institucionalmente, pero sí en la práctica.

Lo que caracteriza al Estado de Bienestar es que efectivamente se comporta como un freno al empuje popular por sus reivindicaciones, entregando ciertas regalías que hacen sostenible la autorreproducción del capital y garantiza la existencia mínima de su clase trabajadora. Esta definición encaja profundamente en lo que podríamos llamar “los años dorados del chavismo”, donde la renta petrolera y la “democratización del consumo” fueron capaces de sacar a amplias capas de la sociedad de la pobreza material. Pero el Estado, al igual que todo virus, se sostiene en el tiempo en base a mutaciones acordes a las necesidades de sus clases dirigentes, y en el caso de la Revolución Bolivariana, el ascenso de una nueva clase dominante fue empujando, bajo banderas rojas, a la estructuración de una maquinaria estatal que responde a lo que me atrevería a llamar bonapartismo sui generis debido a sus similitudes con este tipo de Estado que bien definía Marx en el proceso de las luchas de clases y refundación de la Republica bonapartista de Francia.

Breves Tesis sobre el chavismo o la tímida revolución

• El chavismo es una forma particular de bonapartismo burgués establecido en un país capitalista de acumulación extremadamente débil (rezago tecnológico, baja productividad, dependencia de materias primas, mono exportador, etc.).

• Surge de una situación de profunda crisis de conducción política en el seno de la burguesía venezolana, que trajo como consecuencia el colapso de todo el sistema de partidos e institucionalidad burguesa vigente hasta el momento (IV República). Entre los gatillantes de dicha crisis se encuentran la implementación tardía y el afianzamiento fallido del neoliberalismo.

• Al emerger como una fuerza política por fuera de los partidos burgueses tradicionales, se le atribuye –erróneamente– un carácter (o una potencialidad) anti-burgués al programa populista nacional del chavismo.

• No surge como respuesta a un escenario de equilibrio de fuerzas entre las clases fundamentales del capitalismo: la burguesía y la clase obrera. De hecho, la clase obrera es la gran ausente durante todo el fenómeno chavista, tanto antes como después de su advenimiento al poder.

• Con el chavismo cristaliza como clase dirigente una burocracia de capitalismo de Estado, cuya función es asegurar la dominación del capital mediante la clientelización de los sectores populares pauperizados de la sociedad venezolana. Es precisamente montado sobre estos –los cuales son su argumento de fuerza y especificidad como partido del orden burgués– que el chavismo le “impone” al conjunto de la burguesía venezolana un nuevo pacto de gobernabilidad: el rentismo popular.

• La dominación del capital terminó por asumir dicha forma en Venezuela producto de la incapacidad hegemónica de su burguesía, que responde en lo fundamental al carácter lumpenizado que adquiere esta clase debido al atraso y el carácter rentista del capitalismo venezolano.

• Si en el bonapartismo clásico la fuerza social de apoyo la constituye la pequeña burguesía campesina, en el chavismo dicho rol lo desempeñan las capas pauperizadas urbanas, con las que, una vez en el poder, establece una relación clientelar, y a las cuales recurre cesaristamente para legitimar el régimen de dominación burguesa que encabeza.

• Siendo un movimiento gestado al interior de las Fuerzas Armadas por un grupo de militares nacionalistas, con el chavismo, este cuerpo del Estado cobra un rol protagónico como fuerza política conductora de la burguesía venezolana (“unión cívico-militar”). A falta de una fuerza política burguesa alternativa cohesionada, el esquema de dominación instaurado por el chavismo descansa en forma importante sobre este proyecto.

• La debilidad y rezago tecnológico de la acumulación capitalista en Venezuela determinan que su burguesía –aun sosteniéndose sobre la explotación del trabajo, como cualquier clase capitalista– no posea un carácter imperialista. De este modo, en el concierto internacional, se ve obligada a asociarse en calidad de socio menor con uno u otro bloque de potencias capitalistas y mantener un carácter nacionalista en defensa de sus intereses inmediatos, creando un discurso de antiimperialismo, pero sin el anticapitalismo que le es característico, quedando muchas veces entrampado en un “chovinismo vulgar”. La “defensa de la patria” es la fraseología que se levanta para unificar a los distintos sectores sociales venezolanos en torno a sí mismos. Es la lucha implacable de una alianza de clases que entiende que sus condiciones de reproducción material dependen decisivamente de su permanencia al frente del Estado.

• El control de los recursos petroleros es solo un factor en el conflicto entre los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela. De hecho, el principal destino de las exportaciones petroleras venezolanas ha sido durante todo el período chavista Estados Unidos. Además, la escalada del conflicto se produce precisamente en un contexto en que la producción interna de petróleo en Estados Unidos se ha incrementado significativamente –fruto de la implementación de nuevas técnicas de explotación (fracking)– y de la espectacular caída que ha experimentado la producción en Venezuela. Todo esto ha liberado de manos al gobierno estadounidense para emprenderlas contra el régimen chavista.
La cuestión de fondo radica en que el alineamiento de la clase gobernante venezolana con China, Irán y Rusia, deja abierta la puerta en la región al bloque de potencias capitalistas que hoy desafía la hegemonía de Estados Unidos a nivel mundial. El régimen chavista constituye así la cabeza de playa del bloque ruso-chino en Latinoamérica, un continente que ha sido tradicionalmente un área de influencia norteamericana.

Ante estas inconsistencias del proceso bolivariano bajo el nombre de Socialismo del Siglo XXI ¿A qué se debe el amplio apoyo popular que ha recibido el chavismo desde la izquierda latinoamericana, más allá del progresismo institucional, sino también de movimientos de base del continente?

El chavismo encontró a la izquierda latinoamericana en su peor momento. Con una clase obrera derrotada y en reflujo, sin influencia sobre las masas ni respuesta política, vacía de programa y duramente golpeada por la represión del período de Estados de contrainsurgencia, la izquierda creyó encontrar un atajo en el caudillismo militar mesiánico del chavismo. Pero al final este no era sino un callejón sin salida.

Transitando por el descampado neoliberal, la izquierda dio repentinamente con un oasis en medio del desierto, que además le proporcionaba un maná inagotable de recursos y esperanzas. Además, en su vaciamiento político-ideológico, todo lo que sonara a crítica al neoliberalismo o al imperialismo, resultaba un “avance” para la “lucha de los pueblos”.

Apuntes sobre el Poder Popular

Como muchas de las anomalías del proceso bolivariano, en comparación con la teoría política del socialismo, una de las más interesantes es la proclamación de las Leyes del Poder Popular. Una serie de legislaciones muy avanzadas para nuestra época y el conservadurismo jurídico imperante, pero sin una aplicación práctica real. El Poder Popular, es una manifestación real y genuina del poder dual, un momento histórico en el que las clases populares en ascenso comienzan a tomar conciencia de su rol como agentes indiscutidos del cambio social y se hacen cargo de su destino. Este poder es en su esencia, incompatible con cualquier ordenamiento jurídico y sus procedimientos formales, en lo que Lenin describe con excelente rigor:

1) La fuente de este poder no está en una ley, previamente discutida y aprobada por el parlamento, sino en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo y en cada lugar, en la “conquista” directa del poder.

2) Sustitución de la policía y del ejército, como instituciones apartadas del pueblo y contrapuestas a él, por el armamento directo de todo el pueblo; con este poder guardan el orden público los propios obreros y campesinos. El propio pueblo en armas (no confundir el pueblo en armas con las Milicias Bolivarianas y colectivos, ya que estas últimas son simplemente una extensión del poder del Estado y bajo ninguna circunstancia una expresión de poder ciudadano).

3) Los funcionarios y la burocracia son sustituidos por el pueblo o al menos sometidos a un control especial.[2]

“Entonces, el Poder Popular es la fuerza que es capaz de desplegar el pueblo en determinados procesos históricos con miras a la toma del poder. Esta fuerza se construye en forma paralela y en contradicción con el estado burgués, es decir como alternativa a este. Es por ello que una huelga de trabajadores, con el objeto de conseguir un alza de salarios, no sería una expresión de poder popular, ya que no se realiza dicha huelga, por lo menos expresamente, con miras a la toma del poder y, por otro lado, no se construye como poder alternativo al poder burgués ya que la fábrica sigue siendo manejada y de propiedad de los patrones. Es decir, no se cuestiona siquiera el poder burgués, solo se hace una solicitud con miras a un objetivo económico, que es el alza de los salarios. Por otro lado, si en la fábrica, frente a una posible negativa del aumento de salarios, los obreros se toman la fábrica e inician un proceso de producción y distribución, esta acción inscrita en un proyecto revolucionario, constituiría una expresión de poder popular a nivel local”.[3]

Este ejemplo es bastante ilustrativo respecto al rol del control obrero de la producción en un contexto de dualidad de poderes, este control, como poder alternativo tiene la característica de ser transitorio, y por lo mismo su aspiración a la toma del poder o su negativa a este va a ser decisivo en el desarrollo de la lucha de clases.

La preparación histórica de la revolución conduce en el periodo prerrevolucionario, o de transición, a una situación en la cual la clase llamada a implantar el nuevo sistema social, si bien no es aún dueña del país, reúne de hecho en sus manos una parte considerable del poder del Estado. Por lo tanto “la mecánica política de toda revolución consiste en el paso del poder de una a otra clase”.[4] Si El estado es una herramienta de dominación de clase y la revolución la sustitución de una clase dominante por otra, la necesidad de la dictadura tan característica lo mismo de la revolución como de la de la contrarrevolución, se desprende de las condiciones insoportables de la dualidad de poderes.

En el Socialismo del Siglo XXI, estamos bastante lejos de ver realidades similares a las descritas en la teoría clásica, y si alguna vez existieron o existen levemente, son casos bastante aislados que han sido gravemente burocratizados, cooptados por el discurso oficial o desmantelados por falta de recursos e iniciativa popular, los que aún perduran como El Maizal, Panal, Altos de Lídice o algunas experiencias aisladas de empresas recuperadas, son experiencias que dependen del gobierno en gran parte de sus gestiones, además de su venia, por lo que sería complejo definirlos como un elemento del Poder Popular.

También es interesante destacar la nula participación del movimiento obrero, campesino y estudiantil en la gestión de gobierno, o peor aún, su completa desaparición del plano político y nula autonomía. En términos generales, las clases sociales que son históricamente el motor de toda revolución, en la Revolución Bolivariana, han sido no sólo los ausentes, sino las víctimas directas de la crisis política y económica.

Ante esto, la autonombrada izquierda venezolana se refugia en el consuelo de que ha sido un largo proceso de transición al socialismo, y que el proceso no ha podido avanzar debido a la presión imperial y el bloqueo económico que ha obligado a su clase gobernante a ajustarse a los designios del capital nacional y sus intereses, para acumular la fuerza necesaria para combatir a los “verdaderos enemigos de clase” y por ahora la lealtad al gobierno y la prudencia serán la receta de la construcción del Estado-Comunal.

La revolución por oleadas y su quehacer inmediato.

En la actualidad, existe un importante debate entre los intelectuales de izquierda respecto al carácter temporal de la revolución, para muchos (mayormente la izquierda europea), la revolución es un acto inmediato consagrado en el momento de la toma del poder, cayendo con esto en el llamado creacionismo revolucionario, en donde todo cambio social es un “acontecimiento” que rompe de cuajo las viejas estructuras de poder. Para estos “intelectuales”, esa es la mejor forma de hacer la crítica a los procesos de cambio impulsados en Latinoamérica debido a su carácter pausado. Por otro lado, y me sumo a esa postura, existen quienes plantean que la revolución es un acto de flujos y reflujos que se manifiesta por oleadas, este evolucionismo revolucionario, es más acorde a toda la teoría impulsada por los grandes pensadores del socialismo quienes ven en la lucha de clases un constante cambio de equilibrio entre las fuerzas en pugna, la hegemonía subjetiva de las clases sociales y las fuerzas materiales que las componen. El problema de las “revoluciones” actuales en Nuestra América no es de temporalidad sino de la profundidad del cambio estructural en el funcionamiento de la sociedad para que la revolución sea irreversible.

Si observamos las tareas pendientes de los proyectos reformistas del siglo pasado en Latinoamérica, nos daremos cuenta de las similitudes que tienen con el Socialismo del Siglo XXI y el actual progresismo latinoamericano, quizá, la gran diferencia, es que han impulsado cambios constitucionales, restableciendo ciertas garantías jurídicas de la democracia liberal clausuradas por los gobiernos de facto que azotaron al continente, y algunos han ido más allá, creando mecanismos jurídicos de participación popular en la toma de decisiones. Pero son sólo cambios en la forma, y en el fondo la relación trabajo-capital y la estructura jurídica del Estado sigue estando intacta y, por ende, el poder en las manos de la burguesía. Tanto en Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, estas “revoluciones superficiales” por distintas vías les abrieron el paso a gobiernos de carácter autoritario y protofascistas que de a poco intentaron borrar toda huella de sus antecesores.

Por ahora, y ante la necesidad táctica y coyuntural que nos obliga como revolucionarios, a coquetear con el reformismo imperante, tenemos como norte inmediato ciertas tareas que son o pueden ser la punta de lanza de una profundización real de los proyectos de cambio para salir del atolladero progresista que de a poco está dando un grave retroceso y un triste vuelco a la derecha. Para esto nos planteamos las siguientes tareas que han sido la debilidad constante del Socialismo del Siglo XXI en Venezuela y desde las cuales debemos emprender el camino hacia una revolución irreversible.

La economía como base de la fortaleza política: no hay proyecto real que se sustente en el largo plazo sólo con el discurso. Y ese ha sido el pecado original de nuestras izquierdas. Si bien, la nacionalización de los recursos naturales y de empresas estratégicas ha sido la gran panacea de los proyectos sociales de la redistribución de la riqueza, este no ha sido el garante de la estabilidad material de las clases populares. Debemos ser capaces de entender, como bien decía Gramsci, que el Estado no es una herramienta que puede ser tomada con la mano izquierda o la derecha, es una construcción social y detrás de él o contra él es que deben establecerse los verdaderos parámetros de una economía nueva, bajo el control directo de los productores. El discurso antiimperialista no es suficiente para llenar los estómagos vacíos de las grandes mayorías. Por lo que el Estado de Bienestar no es la solución definitiva al problema económico, sólo es un sucedáneo temporal que en el largo plazo irá socavando todo el andamiaje social construido, ya que en sus entrañas crea una clase media que se irá aburguesando lentamente y cual bomba de racimo explotará el proyecto revolucionario desde dentro. Redistribuir la riqueza a manos del Estado es volver a caer en el socialismo utópico que sólo genera un mayor acceso a los bienes de consumo, pero mantiene intacta la relación del sujeto social con los valores y leyes del mercado. El Socialismo del Siglo XXI no es nada más que un intento de gestión más eficiente y equitativa del capital y sus recursos.

La revolución cultural pendiente. Las victorias políticas o militares sólo constituyen un triunfo moral sobre el viejo régimen. Por lo que la acción colectiva en el caso de triunfar la revolución debe ser capaz de incorporar al adversario y construir sobre él una hegemonía cultural con la posibilidad de desarticular toda iniciativa de restauración neoliberal. Esta iniciativa debe ser constante, ya que es ahí donde se generan los principales problemas de una revolución. Luego de siglos de condicionamiento cultural y un “sentido común” acorde a los designios de un eficiente sistema que posee múltiples dispositivos mentales y coercitivos para su reproducción, pensar un mundo nuevo es algo evidentemente complejo. En la Latinoamérica del bloque progresista, en estos últimos años un importante porcentaje de personas han pasado a formar parte de las filas de la clase media. Se ha ampliado la capacidad de consumo de los trabajadores y la “democratización política” se ha convertido simplemente en una descarada democratización del consumo. Pero si esta ampliación de la capacidad de consumo no viene acompañada de una politización social revolucionaria, con una nueva narrativa cultural y nuevo orden lógico y moral del mundo, se creará una nueva clase media con capacidad de consumo pero que arrastra los viejos valores conservadores. Cuando vemos que una gran cantidad de dirigentes de base abandona su trabajo histórico por entrar en las riendas del Estado (debido a su ampliación democrática), deja tras de sí un gran vacío cultural en la base, que es inmediatamente llenado por la mediocridad y los vestigios del viejo sentido común conservador revitalizando las condiciones ideológicas para su restauración.

Golpear la corrupción con todas las fuerzas posibles. el neoliberalismo es un estado constante de corrupción institucionalizada, ya que convierte bienes públicos acumulados por décadas en bienes privados. Una revolución es una voluntad general dirigida a construir una nueva sociedad que supere todos los males heredados del viejo régimen, y combatir la corrupción que se encierra dentro de las filas de los gobiernos progresistas es condición fundamental para dar avances significativos y desmarcarse de la clase política burguesa.

Integración efectiva de la economía continental. En estos últimos años, el Bloque Progresista Bolivariano avanzó enormemente en integración política y en resguardo de sus democracias, pero esa integración, para hacer más efectiva la democracia, debe ser también a nivel económico, ya que constantemente estamos siendo agredidos por grandes conglomerados empresariales desde las potencias económicas y financieras y no hemos sido capaces de estar a la altura de ese desafío. La integración económica latinoamericana es la principal garantía del desarrollo y profundización de la revolución en nuestro continente. Además de ser una defensa constante ante el bloqueo criminal que intenta imponer el imperio y sus lacayos. Los proyectos de intercambio comercial e integración económica latinoamericana han quedado a mitad de camino y se hace cada vez más urgente darles prioridad.

Creación efectiva y real de nuevas herramientas jurídicas: ya desde el triunfo de Salvador Allende, e incluso desde la Revolución Rusa, teóricos como Stucka en Rusia y Eduardo Novoa en Chile, problematizaron sobre el poco desarrollo de una teoría jurídica marxista, ya que siempre esta doctrina se había enfocado en las relaciones económicas e ideológicas como la solución al problema social, y el aforismo marxista: pasar de la administración de las personas, al de las cosas, dejó en blanco la creación de una teoría jurídica de la transición, lo que ha permitido que toda la estructura liberal del derecho se mantenga intacta, limitando la iniciativa popular y convirtiéndose a la larga en el refugio del burocratismo. Lo complejo de la transición es replantearnos el cómo establecer nuevas relaciones sociales en una sociedad en proceso de emanciparse, o peor, aún cuáles serán las formas jurídicas que lo reemplacen.

El norte inmediato de estas tareas pendientes no es oxigenar la política conciliadora imperante, sino apuntalar sólidamente las bases desde donde saldrán los verdaderos proyectos de cambio, construidos en dialogo constante con la gran masa popular que habita Nuestra América.

Responsabilidad política de la izquierda y comprensión real del contexto histórico.

Como expusimos más arriba, la destrucción del Estado es condición fundamental para la existencia de una revolución verdadera, así como el desarrollo del poder popular y las comunas. Sin embargo, no estamos en tiempos de consignas vacías ni infantilismos baratos. Y por mucho que queramos construir la revolución soñada tal como dice la teoría, debemos ser capaces de ver la realidad material como es y entender sus posibilidades.

En Venezuela se vive una constante agresión externa e interna, sería una completa irresponsabilidad comenzar a vociferar por las calles la necesidad de anular el Estado por decreto como ilusamente sueñan algunos desde las veredas libertarias y de la izquierda posmoderna. Lo que sí debemos hacer, es elevar el nivel político y cultural de las bases sociales, acumulando saberes y prácticas cotidianas, comprendiendo claramente cuál es el rol del Estado y cuáles son sus límites y alcances. Siendo sinceros, no es desde el Estado de donde vendrá la respuesta a las necesidades urgentes de nuestra clase, sea un Estado de Bienestar, un Capitalismo de Estado o un Estado burgués a secas. Toda esta estructura parasitaria tiene como función principal mantener las cosas tal como están y cambiar todo para que nada cambie. En este caso, el socialismo en Venezuela es una construcción pendiente, una tarea importante que hemos aplazado producto de lo urgente: la defensa de la patria ante la agresión extranjera y pese a todo, el gobierno y nosotros mismos hemos estado apuntando mal el tiro. El antiimperialismo sin una visión anticapitalista se convierte en mero chovinismo o nacionalismo vulgar, ya que no es el yanqui el problema de fondo de las sociedades latinoamericanas, sino el capitalismo del cual el imperio es sólo una de sus caras visibles. El enemigo de nuestra clase y de la Revolución Bolivariana está más cerca de lo que creemos, está en las grandes empresas que aún mantienen a nuestra economía tomada del cuello como Polar y otras tantas que especulan libremente, está en el Estado y en los parásitos corruptos y burócratas que aún no han podido ser sacados de cuajo. Está incluso entre nosotros mismos que no hemos sido capaces de cambiar nuestra mentalidad rentista y esperamos con ánimo el chorreo del petróleo sin desarrollar nuestras propias fuerzas productivas.

Venezuela está ante una oportunidad histórica de cambiar su patrón rentista y su mentalidad económica y no será el Estado, demasiado acostumbrado por más de un siglo a esta dinámica, quien lo haga, serán las fuerzas sociales organizadas, que tomarán en sus manos el destino de la nación, de la producción y la distribución equitativa de los bienes sociales, serán las comunas y las instancias de base quienes construyan el Poder Popular.

¡Donde hay comuna no hay Estado!

[1] Me es preciso destacar el nombre usado para este programa y su similitud conceptual con la época colonial. “Las misiones” fueron espacios construidos con el fin de “elevar” a los pueblos originarios a los altos valores de la cultura europea y enseñarles la disciplina del trabajo y la sumisión. Pero, por otro lado, también eran sectores donde se practicaba la economía conuquera y ciertos niveles de autonomía comunal, todo bajo la estricta vigilancia económica y social del misionero venido de España. Se hace urgente estudiar cuál de las dos posturas es la que se ha impuesto en este proceso y cuáles son sus verdaderos potenciales de liberación de la dependencia económica y política del Estado o una extensión de este.

[2] Lenin, La Dualidad de Poderes, en 1917 V.I. Lenin, editorial Monte Ávila Editores, Caracas, 2017.

[3] Leiva-Neghme: La política del MIR durante la UP y su influencia sobre los obreros y pobladores de Santiago. Tesis para optar al grado de licenciado en educación en historia y geografía Santiago, año 2000 USACH.

[4] Lenin op. Cit. Pp. 12.

--

--