El fracaso histórico del reformismo en Latinoamérica, lecciones para el presente

El Laberinto de las Letras
11 min readJul 1, 2020

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En estos últimos años la izquierda mundial ha vuelto su mirada atenta a lo que sucede en Latinoamérica. Mientras algunos vieron con decepción la llegada de las nuevas derechas al poder en el continente, otros, con una visión más profunda, fueron capaces de percibir un fenómeno tan comentado por Marx como es la revolución por oleadas y los tiempos de reflujo de la clase obrera.

Sin embargo, esta revolución por oleadas ha sido un proceso que durante décadas le ha costado a nuestra clase oprimida lo mejor de su carne y su sangre. Si bien los proyectos de carácter progresistas han sido capaces de traer una palpable mejoría en las condiciones de vida de su población, hay en ellas una cierta confusión respecto a conceptos sustanciales que son su sustento teórico y peor aún, la forma en que se desenvuelven dentro del contexto geopolítico a la externa, y la lucha de clases a la interna.

Históricamente, el reformismo o en su acepción moderna, el progresismo, ha sido una construcción política que bajo el discurso del socialismo o de una nueva sociedad, termina estableciendo como fin último, la conciliación de clases y el apego intransigente a la verdad jurídica de la democracia liberal y sus valores “democráticos” como única forma posible de organizar la sociedad y el Estado. Pero en la práctica ha sido también el principal elemento de contención al avance popular en sus conquistas sociales y en su lucha por el poder.

Si nos apegamos a la teoría de la revolución por oleadas como planteaba Marx y hoy defienden importantes teóricos y defensores del progresismo del siglo xxi, deberíamos inferir que cada reflujo de nuestra clase, es un proceso donde las fuerzas sociales se reacomodan, lo que permitirá más tarde un nuevo avance popular y una profundización más radical del socialismo con conquistas estratégicas para hacer de la revolución algo irreversible. Sin embargo, esas oleadas son constantemente frenadas por el burocratismo típico del reformismo y el carácter de clase del Estado burgués.

El siglo xx de Nuestra América, lecciones del fracaso reformista.

El siglo xx terminó con una terrible catástrofe para la izquierda mundial. El colapso de la Unión Soviética no solo fue el “fin de la historia” como vociferó triunfante la derecha mundial, también fue para muchos el ocaso de toda una vida de luchas, ilusiones, prisión y exilio que dejo el sabor amargo de una triste derrota luego de una vida entregada a una “causa irrealizable”. Los antiguos socialistas, llenos de palpable desilusión se limpiaron de viejas melancolías y se adecuaron a los “nuevos tiempos”, haciendo gala de su creatividad, llenando textos completos de nuevos conceptos para montarse al bus de los vencedores, sin sacar el pie de su pasado glorioso de lucha.

En Nuestra América, durante la segunda mitad del siglo xx existieron diversos intentos reformistas de construir un mundo nuevo que fueron catastróficamente destruidos por una alianza entre EEUU y las burguesías locales, dejando al descubierto la esencia de la lucha de clases entre otros aspectos que vale la pena destacar:

1- Los proyectos reformistas fueron incapaces de construir el socialismo como propuesta real, ya que quedaron entrampados en la legalidad burguesa y sus mecanismos constitucionales creados específicamente para limitar el acceso al poder de las clases populares. Y esas mismas leyes que tanto respetaron los gobiernos de “izquierda” para evitar desatar la furia de las clases poseedoras, fueron salvajemente violadas por las burguesías con el fin de mantener sus privilegios y borrar de cuajo el “cáncer marxista” de nuestro continente.

2- Estos gobiernos difícilmente se plantearon construir el socialismo, más bien sus programas estaban enfocados a la redistribución de la riqueza, a desarrollar la revolución democrática-liberal y las reformas agrarias pendientes en nuestro continente y construir un Estado de Bienestar en base a la nacionalización de los recursos naturales y empresas estratégicas, con el fin de afianzar una especie de Capitalismo de Estado para potenciar con esas rentas diversos programas sociales y un aumento salarial acorde a la reproducción social de la fuerza de trabajo, manteniendo casi intacta la relación trabajo-capital existente.

3- Durante la arremetida de la burguesía (boicot de la producción, inflación inducida, paros patronales, desabastecimiento y actos terroristas), los gobiernos, en vez de profundizar sus bases de Poder Popular, intentaron salir a flote de las crisis con concesiones a las clases pudientes, desarmaron al proletariado, devolvieron fábricas y tierras ocupadas por las organizaciones de base, se apoyaron en la legalidad burguesa en vez de ir construyendo los elementos jurídicos necesarios para dar sustento a las nuevas fuerzas productivas en desarrollo. Razón por la que fueron perdiendo apoyo popular, mostrando el verdadero carácter de clase del Estado nacional y el burocratismo imperante de los partidos conciliadores.

4- Durante este periodo, los gobiernos de turno, se mostraron incapaces de crear las condiciones necesarias para delegar el poder institucional en las organizaciones de base. Por otro lado, las bases, demasiado apegadas al discurso reformista de sus gobiernos, no pudieron romper con la institucionalidad y fueron perdiendo terreno en el manejo de la maquinaria estatal, terreno que ganó la burguesía desmovilizando los elementos del Poder Popular nacientes.

5- La propuesta celapiana de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), no fue capaz de realizar el desarrollo económico esperado debido a la nula capacidad competitiva de nuestros modos de producción, manteniendo una economía dependiente de importaciones que se ve profundamente afectada con cualquier tipo de bloqueo económico o aumento de precios de los productos de importación. Por otro lado, la existencia histórica de burguesías lumpenizadas incapaces de impulsar el desarrollo industrial endógeno crearon “economías de puerto” basadas sólo en la mono exportación de materias primas sin valor agregado, lo que fue el talón de Aquiles de nuestros proyectos, demasiado ligadas a la variación constante de precios en la economía mundial.

6- La mala lectura de la dinámica que conlleva la lucha de clases, hizo que estos gobiernos mantuvieran plena confianza en las instituciones militares, las que no fueron modificadas en su esencia, y mantuvieron dentro de sus filas a altos oficiales con un marcado sentimiento anticomunista, entrenados muchas veces por EEUU, quienes después se convirtieron en los principales golpistas y represores de las organizaciones revolucionarias. Una revolución que no se hace por las armas, tarde o temprano deberá defenderse con las armas.

7- Si bien muchos estudiosos del tema se han enfocado en buscar chivos expiatorios para sacarse las culpas del fracaso reformista, considero que uno de los factores principales de este fracaso histórico fue de carácter teórico. Ya que los principales partidos y organizaciones que impulsaron esta era de cambios no fueron capaces de alcanzar consensos respecto a factores fundamentales como el rol de la violencia en la lucha de clases, el papel del Estado, el poder dual y el protagonismo de las expropiaciones en todo proceso de construcción del socialismo.

Estos puntos, son fundamentales para entender el fracaso del reformismo en Latinoamérica y como esta constante desmovilización de las fuerzas populares fue abriendo paso al fortalecimiento de la burguesía, lo que conllevó al triunfo del fascismo como respuesta lógica de la dinámica de la lucha de clases. En una revolución se triunfa o se muere en el intento, por lo que hacer revoluciones a medias es cavar la tumba del movimiento social y destruir por décadas la iniciativa popular y su acumulación histórica.

El socialismo del siglo xxi o el mito de Sísifo de la izquierda.

Al iniciar el 18 brumario de Luis Bonaparte, Marx plantea que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Y la izquierda latinoamericana no está lejos de esta acepción y en pleno siglo xxi vuelve a retomar su lucha histórica por los grandes proyectos de cambio, las alamedas se vuelven a llenar de hombres y mujeres libres que intentan construir una sociedad más justa para las mayorías olvidadas por las promesas del libre mercado. Sin embargo, el mito de Sísifo pesa sobre sus espaldas como una maldición inevitable. Como algunos deben saber, Sísifo es un héroe griego que al molestar a los dioses fue condenado por la eternidad a empujar una roca montaña arriba hasta la cima, para dejarla caer y volver a repetir una y mil veces su inútil esfuerzo por subir la roca. Así es como la izquierda en Latinoamérica vuelve a posicionarse en nuestro continente.

Los triunfos electorales de Chávez, Lula, Morales, Correa y otros en el sur del mundo, fueron para muchos un nuevo despertar de los oprimidos. Pero esta alegría fue solo un corto aliento sepultado prontamente por la insuficiencia de sus proyectos de cambio. Si bien existen diferencias sustanciales en este nuevo empuje de la izquierda con relación al siglo pasado, estas diferencias son más de carácter subjetivo que material, dejando de lado elementos fundamentales que terminaron por pasarle la cuenta a los gobiernos progresistas.

La revolución por oleadas y su quehacer inmediato.

Como mencionamos al inicio, existe un importante debate entre los intelectuales de izquierda respecto al carácter temporal de la revolución, para muchos (mayormente la izquierda europea) la revolución es un acto inmediato consagrado en el momento de la toma del poder cayendo con esto en el llamado creacionismo revolucionario, en donde todo cambio social es un “acontecimiento” que rompe de cuajo las viejas estructuras de poder. Para estos “intelectuales”, esa es la mejor forma de hacer la crítica a los procesos de cambio impulsados en Latinoamérica debido a su carácter pausado. Por otro lado, y me sumo a esa postura, existen quienes plantean que la revolución es un acto de flujos y reflujos que se manifiesta por oleadas, este evolucionismo revolucionario, es más acorde a toda la teoría impulsada por los grandes pensadores del socialismo quienes ven en la lucha de clases un constante cambio de equilibrio entre las fuerzas en pugna, la hegemonía subjetiva de las clases sociales y las fuerzas materiales que las componen. El problema de las “revoluciones” actuales en Nuestra América no es de temporalidad sino de la profundidad del cambio estructural en el funcionamiento de la sociedad para que la revolución sea irreversible.

Si observamos las tareas pendientes de los proyectos reformistas del siglo pasado en Latinoamérica, nos daremos cuenta de las similitudes que tienen con el actual socialismo del siglo xxi, quizá con la gran diferencia que han impulsado cambios constitucionales que han restablecido ciertas garantías democráticas típicas de la democracia liberal y algunos han ido más allá creando algunos mecanismos jurídicos de participación popular en la toma de decisiones. Pero son sólo cambios en la forma, y en el fondo la relación trabajo-capital sigue estando intacta y por ende el poder de la burguesía. Tanto en Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, estas “revoluciones superficiales” por distintas vías dieron paso a gobiernos de carácter autoritario que de a poco intentaron borrar toda huella de sus antecesores.

Por ahora, y ante la necesidad coyuntural que nos obliga como revolucionarios, a coquetear con el reformismo imperante, tenemos como norte inmediato ciertas tareas que son o pueden ser la punta de lanza de una profundización real de los proyectos de cambio para salir del atolladero progresista que de a poco está dando un grave retroceso y un triste vuelco a la derecha. Para esto nos planteamos las siguientes tareas que han sido debilidad constante del socialismo del siglo xxi y desde las cuales debemos emprender el camino hacia una revolución irreversible.

1- La economía como base de la fortaleza política: no hay proyecto real que se sustente en el largo plazo sólo con el discurso. Y ese ha sido el pecado original de nuestra Izquierda. Si bien, la nacionalización de los recursos naturales y de empresas estratégicas ha sido la gran panacea de los proyectos sociales de la redistribución de la riqueza, este no ha sido el garante de la estabilidad material de las clases populares. Debemos ser capaces de entender, como bien decía Gramsci, que el Estado no es una herramienta que puede ser tomada con la mano izquierda o la derecha, es una construcción social y detrás de él o contra él es que deben establecerse los verdaderos parámetros de una economía nueva, bajo el control directo de los productores. El discurso antiimperialista no es suficiente para llenar los estómagos vacíos de las grandes mayorías. Por lo que el Estado de Bienestar no es la solución definitiva al problema económico, sólo es un sucedáneo temporal que en el largo plazo irá socavando todo el andamiaje social construido, ya que en sus entrañas crea una clase media que se irá aburguesando lentamente y cual bomba de racimo explotará el proyecto revolucionario desde dentro. Redistribuir la riqueza a manos del Estado es volver a caer en el socialismo utópico que sólo genera un mayor acceso a los bienes de consumo y mantiene intacta la relación del sujeto social con los valores y leyes del mercado. El socialismo del siglo xxi no es nada más que una gestión más eficiente del capital y sus recursos.

2- La revolución cultural pendiente. Las victorias políticas o militares sólo constituyen un triunfo moral sobre el viejo régimen. Por lo que la acción colectiva en el caso de triunfar la revolución debe ser capaz de incorporar al adversario y construir sobre él una hegemonía cultural con la posibilidad de desarticular toda iniciativa de restauración neoliberal. Esta iniciativa debe ser constante, ya que es ahí donde se generan los principales problemas de una revolución. Luego de siglos de condicionamiento cultural y un “sentido común” acorde a los designios de un eficiente sistema que posee múltiples dispositivos mentales y coercitivos para su reproducción, pensar un mundo nuevo es algo evidentemente complejo. En la Latinoamérica del bloque progresista, en estos últimos años un importante porcentaje de personas han pasado a formar parte de las filas de la clase media. Se ha ampliado la capacidad de consumo de los trabajadores y la democratización política se ha convertido en democratización económica. Pero si esta ampliación de la capacidad de consumo no viene acompañada de una politización social revolucionaria, con una nueva narrativa cultural y nuevo orden lógico y moral del mundo, se creará una nueva clase media con capacidad de consumo pero que arrastra los viejos valores conservadores. Cuando vemos que una gran cantidad de dirigentes de base abandona su trabajo histórico por entrar en las riendas del Estado (debido a su ampliación democrática), deja tras de sí un gran vacío cultural en la base, que es inmediatamente llenado por la mediocridad y los vestigios del viejo sentido común conservador revitalizando las condiciones ideológicas para su restauración.

3- Golpear la corrupción con todas las fuerzas posibles. el neoliberalismo es un estado constante de corrupción institucionalizada, ya que convierte bienes públicos acumulados por décadas en bienes privados. Una revolución es una voluntad general dirigida a construir una nueva sociedad que supere todos los males heredados del viejo régimen y combatir la corrupción que se encierra dentro de las filas de los gobiernos progresistas es condición fundamental para dar avances significativos para desmarcarse de la clase política burguesa.

4- Integración efectiva de la economía continental. En estos últimos años, el Bloque progresista Bolivariano ha avanzado enormemente en integración política y en resguardo de sus democracias, pero esa integración, para hacer más efectiva la democracia, debe ser también a nivel económico, ya que constantemente estamos siendo agredidos por grandes conglomerados empresariales desde las potencias económicas y financieras y no hemos sido capaces de estar a la altura de ese desafío. La integración económica latinoamericana es la principal garantía del desarrollo y profundización de la revolución en nuestro continente. Además de ser una defensa constante ante el bloqueo criminal que intenta imponer el imperio y sus lacayos. Los proyectos de intercambio comercial e integración económica latinoamericana han quedado a mitad de camino y se hace cada vez más urgente darle prioridad.

En estos últimos meses hemos sido testigos de una potente efervescencia social en nuestro continente. Desde Ecuador hasta Chile los pueblos se han levantado con bastante fuerza contra las políticas económicas de sus gobernantes, en Bolivia el pueblo mantiene una lucha contra el “golpe blando” dado contra el presidente constitucional y en Colombia sigue en pie el paro nacional aumentando día a día la cantidad de víctimas. Este nuevo empuje social de por sí bastante disperso en su composición ideológica y falto de un programa serio de cambio, se ha mostrado como el gran despertar de los pueblos, pero en la práctica está lejos de cuajar en alguna propuesta que vaya más allá de una postura reivindicativa o una apelación a la voluntad política institucional.

El norte inmediato de estas tareas pendientes no es oxigenar la política conciliadora imperante, sino apuntalar sólidamente las bases desde donde saldrán los verdaderos proyectos de cambio, construidos en dialogo constante con la gran masa popular que habita Nuestra América. El fascismo está a la vuelta de la esquina y depende de nosotros, los revolucionarios conscientes de nuestra tarea histórica dar el salto necesario, ya que hoy más que nunca se vuelve a hacer evidente la frase de Rosa Luxemburgo y estamos siendo llamados por la historia a decidir: ¡socialismo o barbarie!

Javier Cornejo Méndez, Caracas, junio 2020

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